Estaba en un asiento en el fondo de mi vida mirando todo el panorama,
todo era demasiado perfecto y todo tendía a caer donde debía.
Entonces me di cuenta que la política era una mierda,
que, definitivamente,
más me gusta vivir como un loco enamorado.
Él era normalmente callado y siempre demasiado grande para tener la edad que tenía. Ella era diferente. Lucía suave y nunca paró de hablar desde antes y hasta quien sabe cuando parará. Él usaba la ropa que encontraba y nunca supo combinar los colores de nada, por eso vestía con todas las piezas del mismo tono o trataba de que nadie más lo viera. Ella tenía el pelo largo, él siempre corto. Ella era totalmente espontánea, ingenua y también sabía doblar la ropa de una manera tal que nunca más te la querías poner de vuelta para no desenvolver el extraño doblado que lo hacía ver todo tan armonioso. Él sabía reparar baños malogrados, escribía en revistas esporádicamente y fumaba desde que aprendió que lo hacía por sí mismo y no lo hacía desde que se dió cuenta que, así no lo hiciera cerca, dañaba los pulmones de ella y él deseaba seguir viviendo: instinto de supervivencia.
Se paseaban por las calles más extrañas y no les importaba perder el trabajo si un día amanecían con ganas de quedarse en la cama de nunca más nos separaremos, nunca, ¿en la cabeza de quién te irías?, yo nunca, y tú te perderás entre nosotros y luego no volveremos a salir nunca de aquí porque afuera hace frío y no conozco la cuidad, yo en ti nunca me perdería.
Él siempre había tenido miedo de dar el primer paso y sin embargo todo el tiempo lo había hecho desde que descubrió que había encontrado su lugar en el mundo dentro de un juego lleno de pelotas en un restaurant de comida rápida. Ella nunca quería avanzar si él no argumentaba al respecto y le daba excelentes razones, pero siempre lo llevaba de la mano.
Las manos. Sus manos debajo de una mesa de un colegio fue lo primero que él conoció de ella como el mapa perfecto por el que siempre quizo volver, incluso cuando las cosas no marchaban bien, se ponian color negro y se lastimaban mutuamente.
Y pese a todas las nuevas cosas, los nuevos vicios, las nuevas caras, los compromisos, el telescopio de sus vidas, sus viajes, sus lagrimas, sus descontrolados celos de los tiempos más amargos y picantes cuando parecía que no se conocían más y tenían que volver a empezar todo denuevo y saludarse como dos desconocidos, los besos que empezaban un día y luego se ausentaban por semanas, meses o años, pero que aprendieron a controlar y combinar hasta no poder parar nunca aunque sabían que lo más importante era amarrase en las noches y dormirse tranquilos. Pese a todo lo malo y todo lo bueno, llegó un momento de término, de fin...
y él, para volverla, volvió a sus tempranos 8s tímidos años donde abrir la boca frente a una niña era un pecado, y le dijo que olía rico.. ella sonrió, y después de todo el tiempo del mundo, y todas las cosas, y todos sus errores personales y compartidos, sus innumerables defectos de él y de ella, de los malos ratos y las inseguridades, abrió esos labios de punto que siempre ponía cada vez que comenzaba a renegar y le dijo..
Si, acepto.
'...nunca me daba el sí, pero cierto que, salvo esa formalidad,
en todo lo demás parecíamos enamorados. Nos cogíamos de las manos en las matinés,
...y, aunque no se pudiera decir que en la oscuridad de las plateas tiráramos plan,
como otras parejas más antiguas,
...me dejaba besarla en las mejillas, en el borde de las orejitas, en la esquina de la boca,
y, aveces, por un segundo,
juntaba sus labios con los míos y los apartaba con un mohín melodramático:
[Vargas Llosa-Travesuras de la niña mala]