domingo, 22 de noviembre de 2015

10.34pm puñal

Comienza como un punto en la parte superior del esternón, casi llegando al encuentro en las clavículas. Tengo la impresión que coincide con la sensación de no poder respirar. Esa que justo sucede en la hendidura del final del cuello. Si aprietas esa parte, puedes ahogar, o ahogarte. 
Ahí empieza, y luego crece como una flor abriéndose. Se expande al ritmo en que uno empieza pintar con un spray muy cerca del papel y va alejándolo poco a poco, difuminado. Cubre toda el área del pecho primero, encima de los pulmones. Pero no contento, de pronto aparece en los brazos, las manos y la parte inferior del vientre. Todo se contrae para saltar derrepente y se siente abajo del mentón como dos manos que te agarran el rostro y lo tiran hacia abajo. Respiras una vez, chico, como un espasmo, con cara de espanto, la frente arrugada, los crisoles húmedos, la garganta cerrada.
Entonces te quedas inmóvil, paralizado. Mueves los ojos y pasas saliva en un esfuerzo por liberarte, porque se acabe, finito, fin. Pero es difícil, no se va, nada lo calma. 

Así se sienten, la pena, la angustia, el miedo
Pero también un puñal,
especialmente cuando lo ves de frente
viniendo
y te prestas a esperarlo.







martes, 10 de noviembre de 2015

1.19am tregua

Oscuro estaba el pasillo
de tu pecho cerrado
y colgaba de él una línea de vida, cómoda y segura
como un trompo que gira al tirón del pabilo
dando las mismas notas
dando el mismo compás.
eterna, guapa, constante.

En el camino al frente tuyo me asomé,
en medio del olor a fresas y leche condensada
en el titileo del son cubano
en el paso del bolero impredecible
como una marea que mira de lejos
si acaso es esa la orilla
donde descansará mañana sus aguas.

No hubieron más que segundos
entre el candor de tus dedos delgados
y el remolino que se asienta en mi vereda

En cuatro tiempos colocaste tu mano en mi pecho
el lugar del dolor seco, limitado, encandecente
para mezclarte conmigo
para ahogarme presto en tu venida
para volar entre las calles, los puentes y los ríos
para sortear el tráfico apretado
y abrir un libro en medio de la calle
y dormir debajo de tu cama
y desenredar tus manos
y verlas convertidas en viento
y sentir el leve estupor que pasa por mi cuerpo quieto
llevándome con fuerza a descansar debajo tuyo
en tus piernas entrelazadas
en tu cuerpo tibio
en tu espalda de arcos suaves
que se sostienen en una armonía fugaz
que me prende
y te recuestas en mi
como si no hubiéramos vivido nunca
y esta vida prestada
nos hubiera vuelto sin aviso
y sabemos que es cierto
el olor a fruta
el dolor en el pecho
la sangre que brota sin parar
el temblor que mueve al mundo
y que hace que estemos en el mismo lugar
en el mismo eje
con la misma sombra
en el mismo compás
el mismo salón
el mismo baile
las mismas manos
y el mismo beso.

sábado, 25 de julio de 2015

8.03 bailes

Bailaba. Las luces titilaban en zigzag. No era mi mejor pieza, pero ahí estaba, al frente de todos, en medio de círculos y vueltas. Salsear había sido una habilidad ganada en el segundo piso de la casa de mi abuela, específicamente en la sala que nadie usaba. Mi prima mayor me enseñó, era un paso para la derecha luego juntas los pies, pisas y al otro lado. No era buena. Pero cuando empecé a ir a los quinceañeros descubrí que si sabías un par de trucos podías impresionar a quien quisieras, y si encontrabas a alguien que bailara bien, impresionabas a todos, hacían una ronda, te daban espacio. Eso era lo que más me gustaba: en un lugar lleno de gente, si tú sabías bailar te abrían paso y podías ser libre en movimiento, extender los brazos, alejarte y acercarte, respirar.

Esa vez estaba yo bailando. La salsa tiene un momento en que la entiendes. Cuando eso pasa puedes mover los pies por donde quieras, ir para adelante, para atrás, para un costado, dar la vuelta al revés. Y si tienes a alguien que se deje llevar o alguien que te lleve bien - como debe ser - dos personas pueden ocupar todo el salón. Nunca la llegué a entender en los quinceañeros, pero la entendí en la universidad, quería bailar bonito en pareja. Mi mamá me había contado cómo mis abuelos bailaban bolero y yo quería tener una música también para bailar de a dos. Las parejas no funcionaron, pero entender la salsa sirvió cuando entré a Facultad. Ciencias Sociales era un mundo salsero, de chelas y de estudiantes y profesores que bailaban, y a mi me encantaba. La entendí pero nunca llevé clases, es parte de mi rebeldía autodidacta, no me gusta que me enseñen cómo hacer las cosas. Me resisto. Soy un muro. 

Y en medio del baile la vi. De pronto. Una pausa en la tira de rostros movidos que se arrastran en halos cuando giras muy rápido. La vi. Y no era sencillo, estaba al medio de gente, palabras y risas. Cuando bailas, depende con quien bailas - a mi me pasa - miras la cara de todos al rededor: a quién le pasa qué, quien conversa con quien, cuántas y cuántos caerán esa noche, y quién no caerá o no caerá nunca. Yo estaba bailando mirando el panorama y la vista se me quedó en su sitio, el lugar de ella, se me fue la cabeza, y luego el cuello, luego los brazos, el dorso y las piernas. Los pies sueltos seguían dando vueltas en la pista. 

Entonces vi que me miraba el baile. Ahí uno deja de bailar de a dos y empieza el baile de la distancia. Un paso, dos pasos, una vuelta genial. Y mi pareja de baile me decía que le encantaba bailar conmigo. Y yo nada, seguro que también. Mirar nunca es tan importante como ser mirado. Los pies no se enredan, no puedes enredarte, así estés todo enredado por dentro. Porque te están viendo y te gusta, te gusta que te miren. Sus ojos grandes me veían como si la gente, las palabras y las risas no importaran. A ella la había visto antes, un par de veces. No había duda.

El baile paró. Me sonrió. Le sonreí de lado. 
se puso de pie
caminó como si el mundo fuera suyo
me traspasó 
y siguió por el pasillo largo 
bajando un par de escaleras cortas.

Y vi cómo la seguí. Para eso servían tantos años de baile. Corrí detrás de ella hasta el cuarto de baño y esperé impaciente que todos se fueran, le cogí de las manos - mi mejor truco, uno que no es de salsa - vi como cerré la puerta, y me quedaba inmóvil esperando. Entonces ella venía, y me sonreía de cerca, tiraba la cabeza para atrás, ponía el dedo índice en mi hombro, y mientras me plantaba un beso firme, de los que no dudan nunca, el dedo bajaba uno, dos, tres, cuatro, diez pulgadas por mi brazo, y acababa en mi mano, con el truco al revés, en su propia trampa. Sabía lo que hacía. Yo también. Entonces bailas salsa en tu mente. Escuchas a Niche de soundtrack. Una aventura, un reloj, reventamos estamos que reventamos / cada vez que de frente nos miramos / y los pies bajo la mesa nos tocamos / y un beso robado queda siempre como adiós. Escuchas las gotas del lavado caer despacio, sin respiración. Intensamente. Suavemente. Lo vi. Mi cabeza lo vio así.

Pero no. Habían dado las 2:47 a.m. cuando ella, haciendo un ademán con su cabello ensortijado, me había visto bailando, me había sonreído, se había parado, y había caminado por el pasillo largo, bajado las escaleras, y nunca había ido al baño. Había salido del bar y subido a un carro rojo de un hombre alto y amable. Sonreí. Me encogí de hombros. Ya iban a poner otra salsa en el salón. La historia podía empezar de nuevo. 





Mujer noche 
te volveré a buscar
entre sueños te convertí en amanecer 



martes, 24 de febrero de 2015

0:36pm un tiempo

"I'm the bad guy. I don't save the day, 
I don't fly off into the sunset, 
and I don't get the girl"


Es todos los días es
yo,
buscando una calle
una calle, una.
Todos los días
y mis días vas
te acuestas un dos tres
de lado A me sigues
del lado B te vas
tocadiscos de mil veces
donde vuelves un dos tres
y no te quedas conmigo
no 
no te vas a quedar
te dejo
te vas
me voy.

Llegué al puente 
de los suspiros.
Al cruzar
respiré 
en la mitad.