sábado, 26 de febrero de 2011

1.08 am nossa vida.

Calma

Casa, pedacito de madera,
del verde turbio de la flor de tu vista.
Calma,
que la vida está mejor si me das de tus manos
un rocío,
un viento,
una forma delicada del fondo de tu cintura.
Hablas con el frenesí confiado de quien tiene más de un discurso.
Y las guerras, las mantas, el cigarro perdedor
-del cenicero y tu envoltura,
del carajo y su ternura,
del viento fuerte, y de la guerra , del silencio,
del desierto de mi boca
y del costado de la tuya-
todas son del paso , el contrapaso,
del cordón de tu muñeca y las cometas de madera.

No agotemos nuestra vida, que todas las semillas dan sus frutos.





[yo era su boceto en acuarela-vida]
[y aunque haga frio, contigo - ser feliz]
boa noite.

domingo, 13 de febrero de 2011

8.42 pm race-febrero-y mi abuelo.

Corremos. Todos andamos poniendo un paso adelante, y el otro, apresurado, le sigue a continuación. Ni siquiera pisamos bien, andamos en tambaleadas y las frenadas hacen que querramos vomitar todo el día.
Derrepente, pasó enero, luego febrero, luego 14 de febrero, y ya casi llegamos a marzo.
Todo este tiempo estuvo abarrotado de diminutas historias, pocos cuentos, contadas canciones, muchos benedettis y uno que otro ribeyro. El tiempo se pasó rápido, cómo rápido pararece que uno quiere que pasen las cosas.

Y como hace muchos meses no cuento una historia que realmente valga la pena aquí les va el corto inicio (como Alberto Fouget) de mi nuevo proyecto personal: las cosas que no son mías, que alguna vez pasaron y que algún día recopilaré. Las historias de mi gran y dispersa familia, como para amenizar la noche. Y de paso, olvidar que mañana será un día agitado, de ir al portugués, luego a la chamba, luego a almorzar, luego a exponer a la universidad, luego al psicólogo, y luego a la misa de mi abuelo.
De mi abuelo. Quizá ahí está el meollo del aunto. Mi abuelo murió un 14 de febrero hace apróximadamente 16 años. Fue un pésimo día para morir y el primer 14 de febrero que recuerdo en mi vida: una sala llena de gente y muchas velas.

Ésta va para mi abuelo.
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El compadre Nicanor Angeles y el compadre Juan Cerrón se solían llamar de esa manera desde el momento que se saludaron cerca al río Rimac, en la estación de los 'descalsos', allá por 1948. Ambos se dirigían al Rimac, a la misma calle, con el mismo maletín negro, y los sombreros a doble ala que los cubría del sol. El compadre Nicanor, o 'Nica', se convertiría algunos años más tarde en el compadre eterno de Juan Cerrón, bautizaría a todos sus hijos, y hasta los hijos de sus hijos, vayase a ver, lo llamarían 'padrino', y a su esposa, 'la madrina'.

Don Juan Cerrón y Don Nicanor Angeles no sólo compartían morada  bajo el puente Santa Rosa, sino que también compraron aquellos terrenales valdíos de San Martín de Porres, cuando los remataban por 200 soles, tras el aviso de desalojo que aconteció en el criollísimo callejón de un sólo caño -el rimac- en el cual habían vivido muchos años. La obligación los mando mudar a aquellos terrenales donde sólo pasaba un micro de vez en cuando y a unas 20 cuadras de distancia de sus aposentos. Un lugar cubierto enteramente por cantos rodados y alacranes que había dejado el río cinrcundante cuando su caudal cubría toda aquella, para ese entonces nueva, Urbanización Perú.

La mudanza fue gradual, pero en aquella gradualidad habían cuantiosos riesgos y númerosos conflicto. Uno de ellos consistía en que, cuando la policía montada pasaba por los terrenos aún no construídos de San Martín, todos los que habían adquirido un lote debían encontrarse habitándolo, de lo contrario, se los quitaban y lo re-vendían a otro comprador necesitado. Como es bien sabido, el compadre Nicanor, y el compadre Juan no podían estar siempre por aquellos lares porque aún habitaban sus casas del callejón, la mudanza era, como ya mencionamos, gradual: ambos tenían familia, ambos tenían amigos, para ambos era complicado, ninguno tenía mucho dinero, pero ambos eran compadres.

Entonces llegó un día que el compadre Juan Cerrón se mudó por completo a su terrenal, con su esposa y sus 3 pequeños hijos. Sin embargo, el compadre Nicanor aún no terminaba de construir bien sus 4 paredes y a Beto Cerrón, el  2do hijo del compadre Juan, lo mandaban al Rimac a traer a la madrina para que no le vayan a quitar su nueva casa.

Un buen día, el compadre Nicanor y el compadre Juan se fueron a tomar un par de anisados luego del trajín de ir a cuidar los terrenos a San Martín de Porres. El cantinero ya sabía las que se traían los compadres a final de mes, luego de almuerzo, cuando salían sin saco y corbata, o venían de jugar un partido de fulbito con los amigos del nuevo barrio. Tomaron bastante, conversando sobre las comadres, los hijos, el trabajo que andaba flaco a veces, y recien, como a las 8 de la noche pagaron la cuenta. Resulta que el compadre Nicanor tenía que volver al Rimac, y el compadre Juan tenía que quedarse en su terrenal. Pero estaban tan borrachos y tan felices, que el compadre Juan decidió acompañar al compadre Nicanor hasta el Rimac para que no se vaya solo, y así se encaminaron hacía el callejón de un sólo caño tomando el único micro, que en ese entonces, pasaba por la av. Lima. Luego, ya en el Rimac, el compadre Juan tenía que volver a San Martín, y el Compadre Nicanor decidió acompañarlo para que no se vaya sólo, y de esa forma, ambos regresaron. Pero al llegar, se dieron cuenta que el compadre Nicanor tendría que volver sólo al Rimac, y al compadre Juan le dio pena, y decidió acompañarlo de vuelta a casa.

Y se andaron de idas y venidas toda la noche y toda la madrugada, porque ningún compadre nunca dejó que el otro se andará sólo por Lima de noche, y porque cómo iba a dejar a mi compadre con tanto frío, con tanto peligro, con tanto alcohol y tanta felicidad encima.
Amaneció pronto, y ambos se quedaron dormidos en la casa del Rimac del compadre Nicanor Angeles en una de sus paradas de regreso para dejar al compadre Juan Cerrón en su casa. La comadre Amanda les preparó caldo de gallina en el desayuno, y, aunque nadie esté muy seguro, probablemente el compadre Nicanor acompañó al compadre Juan a su casa horas más tarde, para que no se vaya sólo, y porque, qué más dá, igual había que volver a cuidar el terreno nuestro.


A mi abuelo Nicanor Angeles Gómez, 
que me enseño a comer habas antes del almuerzo



a veces andamos un poco cansados
un poco rápido
un poco perdidos
pero bastarían una cuantas horas
para saber que uno nunca anda descalzo
-sólo cuando el pasto está recien cortado
y una sombra te dice que no necesitas medias-
buenas noches.