Pocas veces pensé
que volvería a considerar un 'mapa',
que lograría reconocer algo con los ojos cerrados.
Esta vez no era mi lengua,
esta vez no eran pedazos de cabellos,
esta vez no sé que era,
pero eso sí, andaba descalzo,
y podía olerlo a lo lejos.
I.
Ahí estabas.
Entre lo que eras y lo que yo te suponía.
Caminaba por un par de avenidas a la vez y me tropecé con un país, un continente, un estado diferente a este que veo por todos los lados y todos los días. Levanté la mirada y te vi, de frente, en el rincon mismo de la esquina de una habitación que no sabría decir bien de quién era. Afuera había una calle, señales de tránsito, árboles y rejas. Era como un cuarto en medio de todo, sólo un cuarto sin muchos adornos. Bajé la mirada, ahí estabas denuevo, te recortabas en cada vuelta a la esquina que daba mi mano sobre tus calles, en cada paso vibrante que entumecía mucho de lo que aún no podía ver. Tus pedazos tenían nombres de lugares que yo no conocía. Levanté la mirada, y ahí te encontraba otra vez, de piel palidecida, de miedo, de Miedo, y de ese 'no se qué' que te hacía aún mejor que los viernes después de bajar de un avión y volver a casa, dejar las maletas en la lavandería, y cobijar los pies bajo las pantuflas de felpa que más que un regalo de cumpleaños no tenían una razón aparente y relevante. Y aún así, no entendía porque estabas allá, porque estabas aquí. Baje la mirada, la subí denuevo.
- - -
De frente te encontraba sin ropa, en la desnuedez perfecta de un domingo por la tarde. Las cortinas cerradas, la luz que entra a media caña por las fibras fluctuantes de los hilos que conocí un día mientras todos tejían y yo dormitaba en la almohada de mi abuelo. Eras la figura imperfecta. Tenía entre el indice y el pulgar los trazos de carbón que se hundían más allá de lo que tu perfil me dictaba y te quedaste ahí, en la quietud fina de no saber que hora era y a qué hora tendrías que irte. De frente te encontraba, así, sin ropa, y con una sábana que se resbalaba por los rincones más oblicuos de esa piel medio blanca, medio crema, medio 'sin color' que contrastaba con la pared pero que, hasta a veces, lograba perderse en el amarillo que habíamos pintado hacía menos de una semana. De frente, así eras.
Baje la mirada y te encontraba al mismo tiempo, con una ropa extraña, llena de trazos, llena de ciudades, de viajes, de caminos, de rutas, de carros, de todos. Te encontraba como lo más ajeno que tenía pegado a la sombra que 'te hacía' desde allá arriba: una sombra tenue que desaparecía cuando se atrevía a tocarte y dejaba de ser algo, para ser de 'quien sabe' cuando...cuando terminaría de pasearme por todas las autopistas que te recorrían como a Caracas de noche. Así estabas, allá abajo, con lo único que tenías puesto de decoro, un mapa, una guía de calles, las rutas del mundo entero, mal pegado, mal encajado, sobrepuesto. Los lugares por los que mis diez peatones de un pie andaban. Las dunas, las lomas, los pastizales más verdes sobre ese cuerpo estrecho y traslúcido, estirado y recojido, como las contracciones diafragmales del hipo cuando había un paso de más o un paso de menos en las cuadras más peligrosas de por debajo de tu cuello y al costado del lóbulo derecho de la oreja que tenía más cerca. Bajé la mirada y así eras.
Recuerdo perfectamente el momento en el que deslicé la cabeza a la altura de tu abdomen bajo y ví una ciudad entera que, entre el tráfico y los carteles de esa hora de la tarde, me miraron como al intruso más indeseable, y sin embargo, no pude más que hacerle cosquillas hasta que un temblor lo sacudio todo y mis manos se fueron a pasear al otro país de a la vuelta de tu cintura. Te hacías y deshacías como el mapamundí que pensé alguna vez tuve entre los dedos, y resultó que habían varios, que el mundo se hacía como uno quería, que me estabas dejando lucir 'tus formas' de vías rápidas, de casas, de ti, y se me erizaron los vellos del brazo izquiero hasta que decidí que quería quedarme ahí, que si algunas veces pensé que algo conocía, cuánto me habría equivocado en esas todas las veces.
Que realidad te miré! de frente y de lejos así como dicen que viniste al mundo. De cerca y abajo como si fuese la lámina del proyector que dibujaba un plano sobre tu cuerpo sólo, y los pastos, y las montañas...No sólo mis manos se hacían como los carros en las avenidas grandes de los días festivos, sino los ojos entrecerrados, los labios entreabiertos, las piernas entreabiertas, y tú, en el medio de todo, en dos sitios a la vez, de frente y abajo, de abajo y en frente. Luego tus manos, la unión mediata de dos personas, el acercamiento preciso, nuestro encaje y la fuerza necesaria que se aplica en la espina dorsal para terminar de alcanzar el punto más alto de una entrepierna como la bisagra de la puerta hacia quién sabe dónde. Tu elasticidad y mi compilación, lo óvalos de los laterales de las costillas, y más arriba las preciosas endiduras con fallas geográficas que me permiten hundirme hasta dejar de respirar.
No entiendo bien cómo te volviste un mapa y como de pronto estabas ahí delante, con una cubierta y delante, en el (des)orden que me causa tratar de alcanzarte y tenerte a la distancia de medio milimetro al mismo tiempo. Sólo sé que te veías doble, que me hacías recordar a aquel día que no pude ni pararme luego de tomarme 3/4 de la botella de ron que descansaba debajo de mi silla y que de una patada derramé por todo el piso de la casa de tus tíos. Pero también sabía que no debía estar ahí, pero que un cenit construirdo no estaba mal de esa manera. Amasaste un pan y me diste de comer. Me quedé observandote de ambos modos, y seguí cada una de tus arterias y venas hasta que llegaban a un rincon en que mis ojos no alcanzaban a escarbar más adentro de tus musculos y huesos y las calles y los pantanos y la sábana blanca que se resbalaba por tus rincones más oblicuos, y ya no eras dos, eras tres, eras uno, eras los mismo en el mismo lado, en el mismo rincón, en la misma cama que siempe te andaba desordenando, en la misma sábana, en el mismo sitio, en las torres de Paris, en las calles de Caracas.
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Tocaron el timbre, tu ropa de humano se te puso sobre los hombros, mi mochila se colgó dejando mi cuello en medio, el cuarto se ordenó y, así, de pronto, estaba afuera de esa habitación como un punto en medio de la calle, en medio de todo, y adentro tú, como el corazón de una fruta, pero nunca de a uno. Ya 'había llegado' mientras yo salía por alguna puerta que no pude ver. A mí me tocaba salir. Te podía ver entre las paredes mientras caminaba entre las rejas y los árboles que dibujaban la calle y la esquina por la que doblaria, pero esos ojos claros ya no miraban con la curiosidad de quién se encuentra con un gato revolucionario haciendo un balconazo en la casa ajena, sino con la inconformidad de lo que se volvió constumbre. 'Ya había llegado'. Los ojos se te almendraron y perdieron la pircadía que les nace cuando no saben que cósa voy a hacer debajo del muérdago: si me voy a atrever a acercarme o voy a plantarte la sonrisa de Amstrong cuando llegó a la luna (si es que alguna vez llegó).
Te miro de reojo para recordar la punta de tu cabello más largo que aún se estira con la luz fluctuante de los hilares de la cortina, te miro por esa pared traslucida como tu cuerpo que me deja verte y verle a quién te acompaña también, te miro y ya no te veo más, se cerraron las paredes, me volví un escolar, la calle se hizo angosta, el sol se olvidó de pagar su recibo.
Volteo la cabeza y doblo la esquina, entonces, despierto. Son las 8:14 am y tenía el cuerpo como lleno de golpes, como si me hubiera pasado toda la noche andando a pie por todos los lugares que no conocía. Tengo sed y es hora de tomar desayuno.
Lima 19 de diciembre de un año que termina en 10.
"Será porque no me gusta la tapiceria,
que creo que tu desnudez
es tu mejor lencería"
[desnuda-arjona]