jueves, 26 de junio de 2014

3.13pm Mi abuela

La vida es eterna 
en 5 minutos

La de las frases épicas. Mi abuela. Quería compartirles de una de las personas que he admirado más en mi vida. Probablemente aquella que admiraré tanto como a mi madre. De ella nunca podría dudar.

Mi abuela Amanda nació en Lima, en un barrio de Miraflores, más o menos por 1930. Su madre la dejó cuando era muy pequeña. Su padre era pescador y se lo llevó el mar cuando ella tenía 6 o 7 años. Hasta entonces se la había pasado jugando con sus primos, con los negritos del barrio que le decían gringa, usando las cadenas de la plaza de armas como columpios, y comiendo fruta por 10 centavos. Cuando mi bisabuelo murió, la mandaron a la sierra con sus abuelos. A Ancash, el pueblo de Caraz. Ellos la adoptaron como su hija, le pusieron sus apellidos, Consuelo Oltra, y se convirtió en su ayudante principal.

En la sierra fue más bien alguien que servía en la casa, a sus primos, a sus tíos, a sus abuelos. Los ayudaba en la chacra, en los partos de la abuela (su abuela era partera y gringa...una gringa que se casó con un indio, como siempre le decía), a acompañar a los mayores, cuidaba a los bebés de sus parientes. Sufrió mucho allá, no le gustaba la comida, dormía sola en un cuarto alejado, no tenía con quien jugar. Por eso empezó a amar a los animales. Jugaba con renacuajos, chanchitos pequeños, cabras, insectos. Los niños de su edad hablaban quechua, entonces ella aprendió. Escribía con la derecha pero hacia todo lo demás con la izquierda. Sólo fue al colegio hasta 1er grado, o tal vez 3e grado, y a pesar de eso era una persona sumamente hábil e inteligente. Las historias de allá son muy buenas, largas, y algunas divertidas, como aquella vez en que tuvo que matar una serpiente con sus manos para que no ataqué a su abuela, o que se cayó de la mula bajando de una pendiente, o su tía que no quiso bajarse del burro para saltar un charco y acabo mojada. También las hay tristes, como cuando una de sus primas pequeñas murió cuando ella la llevaba cargada. Y otras mágicas, cuando un brujo la llevó a buscar algo brillante en una pared para que uno de sus tíos viviera, y vivió.

Pero lo más importante de la sierra fue mi abuelo. Allá conoció a mi abuelo Nicanor. Él era del pueblo de Mancos en Yungay, y viajaba a Caraz para estudiar en a escuela técnica. Conoció a mi abuela cuando ella tenía 9 años y él creo que unos 17. Le dijo que se iban a casar, ella le dijo que ya. Se mandaron cartas y se escapaba de la iglesia para verlo en el parque. Siempre con mucho respeto, decía, se veían para saber cómo estaban y conversar. La abuela de mi abuela no lo quería porque era negro. Mi abuelo Nicanor era un serrano oscuro, un poco más oscuro que yo. Su mamá era dueña de varias tierras en Yungay. Y así entre encuentro y desencuentro, y pese a que varias veces intentaron emparejar a mi abuelaAmanda, nunca lo lograron.

Mi abuelo se vino a Lima, a estudiar y trabajar, a buscar un lugar, establecerse. Le dijo a mi abuela que lo esperara. Ella lo esperó, y cuando tuvo la oportunidad, se escapó de Caraz, y en un nauseabundo viaje a Lima, llegó. Se hospedó por unos meses con la tía Jacinta, aunque su pareja policía era un hombre malo. A penas mi abuelo pudo sacarla de ahí se la llevó. Buscaron sus papeles por todos lados, pero no tenía ninguno. Por eso es tan incierta la fecha de su nacimiento. Dicen que mi abuelo encontró los papeles, pero por alguna razón los dejó y nunca nadie los volvió a ver. Tuvieron que bautizarla, darle la primera comunión y confirmarla en un sólo día. Se casaron, un 30 de agosto cuando mi abuela tenía 19 años. Era muy flaca, y muy bonita. Parecía Libertad Lamarque, yo creo que hasta mejor. Se fueron a chosica de Luna de Miel, tal vez por eso le gustaba tanto ese lugar.

Mi abuelo había conseguido una casa. Un cuarto, en realidad, que formaba parte de un añejo callejón de un sólo caño que se ubicaba en el distrito del Rímac. Tenían una cama y una hornilla Primus para cocinar. Un baúl viejo lo usaban como mesa. Mi abuela no sabía cocinar, y no quería salir de la casa porque los vecinos hacían mucha bulla y peleaban por todo. Hasta que empezó a hacer amigos. Primero un viejito, el sr. Manuel. Él le enseñó a preparar sopas con poco dinero, y a aderezar la comida. Un día mi abuelo llegó del trabajo, y mi abuela lo esperó con almuerzo. Creo que desde entonces nunca faltó comida en casa. Ahí, en ese cuarto que cada vez empezó a tener más forma de casa, nació mi tía Magda, mi tío Antonio, mi mamá Carmen, y mi tío Carlos.

Mi abuela fue de esas personas que ayudaba a todos. Ayudaba a la Sra. Hermelinda con sus hijos porque ella era cieguita, hacia rulos a los niños con clavos calientes cuando había actuaciones. Pero era alguien que se las agenciaba bien. Siempre hospedó a la familia de papa nica en su casa, ahorraba en todo, juntaba en latas diferentes dinero para comprarle ropa a mis tíos y a mi mamá (cada uno tenía su lata). Y cuando a veces mi abuelo no tenía trabajo, no habían imprentas que arreglar o no le pagaban, mi abuela siempre tenía algo de dinero. Su casa fue la primera que tuvo refri a kerosene. Entonces guardaba las comidas los vecinos y les cobraba 10 centavos, con eso compraba el kerosene necesario para que siga funcionando. Hacia gelatinas, frijol colado, emparedados para vender, tejía..mi abuela tejió toda su vida, y hermoso. Tiene unos manteles y colchas y tapetes que ya no ya. Y atendía a todos. Nunca se quejó por falta de dinero, siempre había alguna forma de conseguirlo, y nunca cobró de más, siempre lo justo para reponer lo que se gastaba .

En esa quinta nació la novena de la virgen de las Mercedes. Encontraron una pintura que luego se transformó en el cuadro que ahora está en mi casa. Algunos dicen que ese cuadro era de la Colonia, mi abuela me decía que una señora lo  mandó a pintar porque antes era un barrio de malandrines y prostitutas, y esperaban que la virgen los alejara o transformara. No lo sabemos bien, pero está en casa y a veces se sienten personas caminado por ahí cerca del cuadro.

Desde qué vivió en el Rimac, mi abuela fue madrina de todos, era la señora Amanda. Hasta los rateros le respetaban. Sabía manejar su casa. Siempre ha sabido hacerlo. Conoció al doctor Caballero, un médico comunista que había venido de Cuba y atendía a la gente de barrios pobres. El curó a todos sus hijos, cuando les dio hepatitis, cuando tenían que usar lentes, cuando les daba enfermedades extrañas. El doctor Caballero, parecía un hombre solemne que me hubiera gustado mucho conocer, y por supuesto, era amigo de mi abuela.

Cuando mi mamá tenía 7 años se mudaron a San Martín de Porres. Iban a construir el Puente Santa Rosa que justo caería en su quinta. Mi abuelo había comprando unos 200 metros cuadrados de terreno por 200 soles. Mudarse no fue fácil, tomó tiempo, fue desgastante. Era un terrenal lleno de cantos rodados y alacranes.Fueron poco a poco levantando la casa, pared por pared, cuarto por cuarto, cuando había dinero y cuando no. Mi abuela sembraba alimentos en la parte de atrás y siempre tenía un corral con animales. En épocas de vacas flacas siempre habían huevos de gallina, o las gallinas mismas para alimentar a la familia. Mi abuela hacia aparecer sacos de cemento y fierros para la construcción, probablemente de sus ahorros o de algún favor que le debían. Se llevaba bien con todos. Y amaba a mi abuelo, y mi abuelo la amaba a ella. Nunca jamás en la vida se pelearon. Nunca. Cuando el abuelo venía con la cara cochina (había tomado) y le daba dinero a sus hijos, ella guardaba ese dinero para más adelante. Cuando venía molesto del trabajo, le decía "papi, has venido con la cara fea, sal y vuelve a entrar" y hacia que se le pasará.

Así es como construyeron mi casa, entre fiestas de las muñecas de mi mamá, reuniones para mirar la única tele que había en el barrio y que mi abuelo había conseguido como parte de pago por un trabajo, las lanzadas de mi tío Carlos por las escaleras creyendose Superman, la familia que venía a celebrar la vísperas y jorobas del cumpleaños de mi abuelo, o cuando ocurrió el terremoto del 70 y toda la familia de Yungay vino a casa. Mi abuela no sólo tuvo 4 hijos. Crió a los hijos de muchos otros, y siempre se jactó de haberlos sacado a todos profesionales. Varios recibieron de su mano, o tal vez de alguna escoba, pero era muy rara vez, sólo cuando caminaban torcido. Por lo demás siempre ha sido más cómplice y ayudante de travesuras. Varios salieron de su casa para casarse. También ha salvado muchas vidas, y esas vidas luego le alegraron la vida a ella.

La abuela Amanda dejó volar a sus hijos, y los recibió de vuelta cuando decidieron volver. La casa siempre pudo crecer, de piso en piso, con planos o sin planos, pero se hizo grande, inmensa. Mi abuela me crió, a mi y a mi hermana cuando mis papas se separaron. Me enseño a leer, a contar, a comer rico. Mi abuelo murió cuando yo tenía 3 años y medio, y mi abuela vivió porque tenía que cuidarnos a mi hermana y a mi. Así fue como siguió criando a otra nueva generación. A enseñarnos a cantar, a tomar lonche en la calle para no dejar de jugar, a limpiarnos las rodillas cuando nos caíamos, a comprar figuritas en el mercado, a saltar cuando había algún temblor. Nunca había límites, nunca cuestionó que jugara fútbol. Creo que le encantaba vernos. Iba a dejarme al colegio, luego a llevarme mi lonchera, luego a hacerme mi lonchera para que me la llevara yo.

Pero sobre todas las cosas me enseñó a querer incondicionalmente y a reparar. Esa manía extraña de arreglarlo todo. A dar sin esperar recibir. Decía que cuando uno siembra, siempre cosecha, de alguna forma, en algún momento. Me enseñó a que no me importaran las cosas materiales, porque todo eso se dejará en este mundo. A respetar al otro, a estar orgullosos de lo que somos, de donde somos, de donde vivimos. A querer a mi país. A que uno puede ser pobre pero feliz. A confiar, a siempre estar, a trabajar por lo que uno quiere, a que si uno tiene dos puede dar al otro uno. Me enseñó que todo se logra con esfuerzo, que el hombre es igual que la mujer, que uno puede ir a contracorriente siempre y cuando uno este feliz. Y a mantener la sonrisa, incluso cuando se está llorando.

Mi abuela murió hoy. Tenía un aneurisma con el que probablemente había convivido toda su vida. Se fue rápido, en pocas horas. Imagino que le dolió poco. Que a nosotros nos dolió mucho más. Mi valiente abuela se fue con su viejo. Hace dos años tuvo una caída que le rompió el fémur y el año pasado un derrame. Sin embargo, hasta ayer parecería que no tenía nada, caminaba más rápido que yo y conversaba sin parar. Murió después de verme terminar la primaria, el colegio, llevar la bandera, graduarme, verme jugar fútbol,  entrar a la universidad, verme sufrir cuando postulaba a los cargos de representación, verme dirigiendo una revista, verme cantando en un escenario, verme hippie, deportista, sería, de negro, de blanco, de fiesta, de todo, me vio graduarme de la universidad, dar el discurso, me vio licenciarme hace un par de semanas, entrar a trabajar. También me vio amar, estoy segura de que lo vio.

Me vio. Y creo que con eso quedo más que satisfecha. Creo que fue un lindo final. Fue un buen cierre, de una vida dura y bella. De pelea, y de compartir. Difícil, sin duda. Pero corajuda y valiente. Fue el motor de mi casa, y en muchos momentos el motor de mi vida. Y sólo quería escribir esto para que la conocieran más. Para que vieran que alguien como ella estuvo acá desde hace 84 años. Yo creo que ella es de esas personas que cambió el mundo todos los días. Y quiero ser un poco como ella, un poco así de fuerte, así con esas ganas de vivir que no se le quitaron nunca, así con esas ganas de amar, de cantar, de dejarte dormir en su falda cuando es muy tarde y vamos en el carro. Así quiero ser, de manos fuertes, de alma noble.Amanda Consuelo de Angeles. Qué bien le quedaba el nombre carajo.

La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte con él...