La vida es eterna
en 5 minutos
La
de las frases épicas. Mi abuela. Quería compartirles de una de las personas que
he admirado más en mi vida. Probablemente aquella que admiraré tanto como a mi
madre. De ella nunca podría dudar.
Mi
abuela Amanda nació en Lima, en un barrio de Miraflores, más o menos por 1930.
Su madre la dejó cuando era muy pequeña. Su padre era pescador y se lo llevó el
mar cuando ella tenía 6 o 7 años. Hasta entonces se la había pasado jugando con
sus primos, con los negritos del barrio que le decían gringa, usando las
cadenas de la plaza de armas como columpios, y comiendo fruta por 10 centavos.
Cuando mi bisabuelo murió, la mandaron a la sierra con sus abuelos. A Ancash,
el pueblo de Caraz. Ellos la adoptaron como su hija, le pusieron sus apellidos,
Consuelo Oltra, y se convirtió en su ayudante principal.
En
la sierra fue más bien alguien que servía en la casa, a sus primos, a sus tíos,
a sus abuelos. Los ayudaba en la chacra, en los partos de la abuela (su abuela
era partera y gringa...una gringa que se casó con un indio, como siempre le
decía), a acompañar a los mayores, cuidaba a los bebés de sus parientes. Sufrió
mucho allá, no le gustaba la comida, dormía sola en un cuarto alejado, no tenía
con quien jugar. Por eso empezó a amar a los animales. Jugaba con renacuajos,
chanchitos pequeños, cabras, insectos. Los niños de su edad hablaban quechua,
entonces ella aprendió. Escribía con la derecha pero hacia todo lo demás con la
izquierda. Sólo fue al colegio hasta 1er grado, o tal vez 3e grado, y a pesar
de eso era una persona sumamente hábil e inteligente. Las historias de allá son
muy buenas, largas, y algunas divertidas, como aquella vez en que tuvo que
matar una serpiente con sus manos para que no ataqué a su abuela, o que se cayó
de la mula bajando de una pendiente, o su tía que no quiso bajarse del burro
para saltar un charco y acabo mojada. También las hay tristes, como cuando una
de sus primas pequeñas murió cuando ella la llevaba cargada. Y otras mágicas, cuando
un brujo la llevó a buscar algo brillante en una pared para que uno de sus tíos
viviera, y vivió.
Pero
lo más importante de la sierra fue mi abuelo. Allá conoció a mi abuelo Nicanor.
Él era del pueblo de Mancos en Yungay, y viajaba a Caraz para estudiar en a
escuela técnica. Conoció a mi abuela cuando ella tenía 9 años y él creo que
unos 17. Le dijo que se iban a casar, ella le dijo que ya. Se mandaron cartas y
se escapaba de la iglesia para verlo en el parque. Siempre con mucho respeto,
decía, se veían para saber cómo estaban y conversar. La abuela de mi abuela no
lo quería porque era negro. Mi abuelo Nicanor era un serrano oscuro, un poco
más oscuro que yo. Su mamá era dueña de varias tierras en Yungay. Y así entre
encuentro y desencuentro, y pese a que varias veces intentaron emparejar a mi
abuelaAmanda, nunca lo lograron.
Mi
abuelo se vino a Lima, a estudiar y trabajar, a buscar un lugar, establecerse.
Le dijo a mi abuela que lo esperara. Ella lo esperó, y cuando tuvo la
oportunidad, se escapó de Caraz, y en un nauseabundo viaje a Lima, llegó. Se
hospedó por unos meses con la tía Jacinta, aunque su pareja policía era un
hombre malo. A penas mi abuelo pudo sacarla de ahí se la llevó. Buscaron sus
papeles por todos lados, pero no tenía ninguno. Por eso es tan incierta la
fecha de su nacimiento. Dicen que mi abuelo encontró los papeles, pero por
alguna razón los dejó y nunca nadie los volvió a ver. Tuvieron que bautizarla,
darle la primera comunión y confirmarla en un sólo día. Se casaron, un 30 de agosto
cuando mi abuela tenía 19 años. Era muy flaca, y muy bonita. Parecía Libertad
Lamarque, yo creo que hasta mejor. Se fueron a chosica de Luna de Miel, tal vez
por eso le gustaba tanto ese lugar.
Mi
abuelo había conseguido una casa. Un cuarto, en realidad, que formaba parte de
un añejo callejón de un sólo caño que se ubicaba en el distrito del Rímac.
Tenían una cama y una hornilla Primus para cocinar. Un baúl viejo lo usaban
como mesa. Mi abuela no sabía cocinar, y no quería salir de la casa porque los
vecinos hacían mucha bulla y peleaban por todo. Hasta que empezó a hacer
amigos. Primero un viejito, el sr. Manuel. Él le enseñó a preparar sopas con
poco dinero, y a aderezar la comida. Un día mi abuelo llegó del trabajo, y mi
abuela lo esperó con almuerzo. Creo que desde entonces nunca faltó comida en
casa. Ahí, en ese cuarto que cada vez empezó a tener más forma de casa, nació
mi tía Magda, mi tío Antonio, mi mamá Carmen, y mi tío Carlos.
Mi
abuela fue de esas personas que ayudaba a todos. Ayudaba a la Sra. Hermelinda
con sus hijos porque ella era cieguita, hacia rulos a los niños con clavos
calientes cuando había actuaciones. Pero era alguien que se las agenciaba bien.
Siempre hospedó a la familia de papa nica en su casa, ahorraba en todo, juntaba
en latas diferentes dinero para comprarle ropa a mis tíos y a mi mamá (cada uno
tenía su lata). Y cuando a veces mi abuelo no tenía trabajo, no habían
imprentas que arreglar o no le pagaban, mi abuela siempre tenía algo de dinero.
Su casa fue la primera que tuvo refri a kerosene. Entonces guardaba las comidas
los vecinos y les cobraba 10 centavos, con eso compraba el kerosene necesario
para que siga funcionando. Hacia gelatinas, frijol colado, emparedados para
vender, tejía..mi abuela tejió toda su vida, y hermoso. Tiene unos manteles y
colchas y tapetes que ya no ya. Y atendía a todos. Nunca se quejó por falta de
dinero, siempre había alguna forma de conseguirlo, y nunca cobró de más,
siempre lo justo para reponer lo que se gastaba .
En
esa quinta nació la novena de la virgen de las Mercedes. Encontraron una
pintura que luego se transformó en el cuadro que ahora está en mi casa. Algunos
dicen que ese cuadro era de la Colonia, mi abuela me decía que una señora lo
mandó a pintar porque antes era un barrio de malandrines y prostitutas, y
esperaban que la virgen los alejara o transformara. No lo sabemos bien, pero
está en casa y a veces se sienten personas caminado por ahí cerca del cuadro.
Desde
qué vivió en el Rimac, mi abuela fue madrina de todos, era la señora Amanda.
Hasta los rateros le respetaban. Sabía manejar su casa. Siempre ha sabido
hacerlo. Conoció al doctor Caballero, un médico comunista que había venido de
Cuba y atendía a la gente de barrios pobres. El curó a todos sus hijos, cuando
les dio hepatitis, cuando tenían que usar lentes, cuando les daba enfermedades
extrañas. El doctor Caballero, parecía un hombre solemne que me hubiera gustado
mucho conocer, y por supuesto, era amigo de mi abuela.
Cuando
mi mamá tenía 7 años se mudaron a San Martín de Porres. Iban a construir el
Puente Santa Rosa que justo caería en su quinta. Mi abuelo había comprando unos
200 metros cuadrados de terreno por 200 soles. Mudarse no fue fácil, tomó
tiempo, fue desgastante. Era un terrenal lleno de cantos rodados y alacranes.Fueron
poco a poco levantando la casa, pared por pared, cuarto por cuarto, cuando
había dinero y cuando no. Mi abuela sembraba alimentos en la parte de atrás y
siempre tenía un corral con animales. En épocas de vacas flacas siempre habían
huevos de gallina, o las gallinas mismas para alimentar a la familia. Mi abuela
hacia aparecer sacos de cemento y fierros para la construcción, probablemente
de sus ahorros o de algún favor que le debían. Se llevaba bien con todos. Y
amaba a mi abuelo, y mi abuelo la amaba a ella. Nunca jamás en la vida se
pelearon. Nunca. Cuando el abuelo venía con la cara cochina (había tomado) y le
daba dinero a sus hijos, ella guardaba ese dinero para más adelante. Cuando
venía molesto del trabajo, le decía "papi, has venido con la cara fea, sal
y vuelve a entrar" y hacia que se le pasará.
Así
es como construyeron mi casa, entre fiestas de las muñecas de mi mamá,
reuniones para mirar la única tele que había en el barrio y que mi abuelo había
conseguido como parte de pago por un trabajo, las lanzadas de mi tío Carlos por
las escaleras creyendose Superman, la familia que venía a celebrar la vísperas
y jorobas del cumpleaños de mi abuelo, o cuando ocurrió el terremoto del 70 y
toda la familia de Yungay vino a casa. Mi abuela no sólo tuvo 4 hijos. Crió a
los hijos de muchos otros, y siempre se jactó de haberlos sacado a todos
profesionales. Varios recibieron de su mano, o tal vez de alguna escoba, pero
era muy rara vez, sólo cuando caminaban torcido. Por lo demás siempre ha sido
más cómplice y ayudante de travesuras. Varios salieron de su casa para casarse.
También ha salvado muchas vidas, y esas vidas luego le alegraron la vida a
ella.
La
abuela Amanda dejó volar a sus hijos, y los recibió de vuelta cuando decidieron
volver. La casa siempre pudo crecer, de piso en piso, con planos o sin planos,
pero se hizo grande, inmensa. Mi abuela me crió, a mi y a mi hermana cuando mis
papas se separaron. Me enseño a leer, a contar, a comer rico. Mi abuelo murió
cuando yo tenía 3 años y medio, y mi abuela vivió porque tenía que cuidarnos a
mi hermana y a mi. Así fue como siguió criando a otra nueva generación. A
enseñarnos a cantar, a tomar lonche en la calle para no dejar de jugar, a
limpiarnos las rodillas cuando nos caíamos, a comprar figuritas en el mercado,
a saltar cuando había algún temblor. Nunca había límites, nunca cuestionó que
jugara fútbol. Creo que le encantaba vernos. Iba a dejarme al colegio, luego a
llevarme mi lonchera, luego a hacerme mi lonchera para que me la llevara yo.
Pero
sobre todas las cosas me enseñó a querer incondicionalmente y a reparar. Esa
manía extraña de arreglarlo todo. A dar sin esperar recibir. Decía que cuando
uno siembra, siempre cosecha, de alguna forma, en algún momento. Me enseñó a
que no me importaran las cosas materiales, porque todo eso se dejará en este
mundo. A respetar al otro, a estar orgullosos de lo que somos, de donde somos,
de donde vivimos. A querer a mi país. A que uno puede ser pobre pero feliz. A
confiar, a siempre estar, a trabajar por lo que uno quiere, a que si uno tiene
dos puede dar al otro uno. Me enseñó que todo se logra con esfuerzo, que el
hombre es igual que la mujer, que uno puede ir a contracorriente siempre y
cuando uno este feliz. Y a mantener la sonrisa, incluso cuando se está
llorando.
Mi
abuela murió hoy. Tenía un aneurisma con el que probablemente había convivido
toda su vida. Se fue rápido, en pocas horas. Imagino que le dolió poco. Que a
nosotros nos dolió mucho más. Mi valiente abuela se fue con su viejo. Hace dos
años tuvo una caída que le rompió el fémur y el año pasado un derrame. Sin
embargo, hasta ayer parecería que no tenía nada, caminaba más rápido que yo y
conversaba sin parar. Murió después de verme terminar la primaria, el colegio,
llevar la bandera, graduarme, verme jugar fútbol, entrar a la
universidad, verme sufrir cuando postulaba a los cargos de representación,
verme dirigiendo una revista, verme cantando en un escenario, verme hippie,
deportista, sería, de negro, de blanco, de fiesta, de todo, me vio graduarme de
la universidad, dar el discurso, me vio licenciarme hace un par de semanas,
entrar a trabajar. También me vio amar, estoy segura de que lo vio.
Me
vio. Y creo que con eso quedo más que satisfecha. Creo que fue un lindo final.
Fue un buen cierre, de una vida dura y bella. De pelea, y de compartir.
Difícil, sin duda. Pero corajuda y valiente. Fue el motor de mi casa, y en
muchos momentos el motor de mi vida. Y sólo quería escribir esto para que la
conocieran más. Para que vieran que alguien como ella estuvo acá desde hace 84
años. Yo creo que ella es de esas personas que cambió el mundo todos los días.
Y quiero ser un poco como ella, un poco así de fuerte, así con esas ganas de
vivir que no se le quitaron nunca, así con esas ganas de amar, de cantar, de
dejarte dormir en su falda cuando es muy tarde y vamos en el carro. Así quiero
ser, de manos fuertes, de alma noble.Amanda Consuelo de Angeles. Qué bien le
quedaba el nombre carajo.
La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte con él...