miércoles, 20 de enero de 2010

11.36pm La lasagna y el bolero

 'La vida es un frenesí',
cuántas noches más tendré que esperar esta noche.
Luego, la espera no es tan larga,
la fatiga tan imprevista
y el sueldo tan enano.
El intento sigue su camino propio-i la esperanza-,
pero yo comiezo con el corazón afuera
y la exaltación violenta de un delirio.



Decidió aprender a bailar bolero. Definitivamente una decisión distinta y fuera de lo normal, pero no inesperable de todas formas, se trataba de él. Nada de lo que había intentado hasta ese momento había funcionado. Se dió cuenta que hacía 5 años no escribía con el romanticismo que alguna vez lo colmó hasta lo más profundo de lo que pudo ser, su mejor parte, su mejor persona. Recordó todos lo regalos fallados que intentó hacer, la cancion clásica que alguien tocó mejor, las canciones que se habían vuelto una costumbre y las nuevas líneas frescas que llegaron de otras manos, la seguridad subjetiva que brindó pero definitivamente nunca alcanzó y la seguridad perfecta que se presentaba con terno y corbata a la vuelta de la esquina. Él se vió y halló que nada le alcanzaba, que en todo este tiempo todo le faltaba, y que el vacío estomacal de todas las mañanas había dejado de tener lógica alguna. Él.

Decidió dejar de comer las sobras que caían de la mesa. Definitivamente nunca había sido eticoso, pero ya era hora de ponerle un orden al día y a su estómago. Se dió cuenta que, hacía 5 años, nada con sabor había probado en realidad, y eso, le había provocado grandes dolores de panza. Recordó aquellas veces en que llegaba él con una sonrisa inmensa en el rostro y dejaba los paquetes de comida en el suelo, o cuando pasaban días enteros en la cama de él y cocinaban, pero no comían nada y volvían a su mundo, dejandole la cena servida y con individual, o cuando solo él era feliz y almorzaban exactamente lo mismo. Tobernoris se vió y halló una gran úlcera que lo estaba matando, que en todo ese tiempo apestaba a sobras, y que hacía un lustro que nadie le daba una palmadita en la cabeza. El gato.

Él miró al gato, el gato lo miró a él, y en medio de sus caras largas, su desesperación, y el tiempo, cómo odiaban el tiempo, decidieron aprender a bailar bolero y a dejar de comer las sobras que caían de la mesa. Definitivamente nunca serían eticosos y sus decisiones eran y serían las más anormales del mundo. Se dieron cuenta que 5 años era mucho tiempo para continuar viviendo en esas condiciones. Recordaron todas las veces y las no veces de 5 años antes de los 5 años y los 5 años enteros también: despertar con el corazón amarrado a alguien y con la panza calientita del amuerzo de la noche, despertar con rezaca, mal aliento y la barriga vacia de muchas semanas atrás.Tobernoris y él se vieron y hallaron a dos seres abandonados a la más grande de las crueldades, se vistieron y se peinaron, se lavaron los dientes, se prepararon sandwiches con queso derretido y saliron a caminar con 15 soles en el bolsillo. Él y el gato.

El gato comió lasagna en una pizzeria de la plazuela St. Guevrin, él despertó de su adormecimiento con un bostezo enorme y atrapó a una chica por la cintura. El bolero sonó, había una mesa con ubicación preferencial en el restaurante, los pasos dobles empezaron, la pasta estaba en su punto, dos caras se encontraron y se vieron de cerca, llevaron palitos a las siciliana a la mesa, tenía los labios rojos y la cintura estrecha, era un hecho que la servilleta al costado del plato no iba a tener protagonismo alguno, sintió el olor del abrazo humano y no quizo moverse, sin orégano el plato sería un delito, tenía los ojos plomos oscuros y la piel pálida, primero probó la salsa interna y las capas con cuidado, el vestido caía en punta y acabó por su pantalón paralizado, lamio agua y terminó la cena, le cogió la mano con la más suave delicadeza de un papel japón y dijo bonne nuit belle, saltó del asiento, se acabó la canción 'sin clásica' y salieron con el sombrero bajo el brazo y los labios manchados de rojo.

Decidieron que nunca iban a volver a atar sus corazones ni a comer de esa manera. Definitivamente ahora querían volver a vivir, no con el calor de antes, pero si buscando el calor de ahora. Se dieron cuenta que los 5 años no fueron tan malos después de todo, el luto tendría que terminar de alguna forma y consecuentemente había que exterminar la ulcera del estómago. Recordaron la noche que acababa de pasar y acertaron conjuntamente que no había comparación alguna con lo que habían vivido un lustro entero atrás: lo que acababa de ocurrirles era una burla; sin embargo, no podían negarlo, la habían pasado bien. Luego del abandono irreparable que habían vivido aún habían cabos reparables y hermosos caminando por las calles y adornados en una cocina detrás de un mostrador. Él y Tobernoris se vieron y hallaron a dos inquilinos en el mundo que ya necesitaban cambio de habitación, de nuevo se bañaban y se alistaban para salir, comían lo mismo y se pusieron horarios, escribieron la originalidad en persona, enamoraron al mundo y sintieron sus panzas calientitas denuevo; no obstante, optaron por seguir esperando, 'el tiempo' los convertía en un excelente trío, solo que esta vez, nunca más solos y, definitivamente, con la ilusión en la frente. El gato y él.


'Compañera, si me alejo un día,

una tarde, una mañana, un junio,
solo es momentánea la partida

no te escribo en despedida.
porque no levanto un muro.
Llevo tu cintura bajo el brazo
brilla cada nota en cada aplauso.
Cura una canción cualquier ausencia
y aligera la impaciencia
de regreso hasta tu abrazo.

No te cambio por un verso,
una voz, una palabra,
eres parte de este intento
de estas manos, de esta causa.
Y no vale una tonada
más que el tono de tu cuerpo
cuando cae sobre la almohada
la tormenta de tu pelo
'

[Alejandro Filio-No te cambio]

domingo, 3 de enero de 2010

10:21 pm - hace 10 años.

 Era aparatoso pensar la singularidad que uno realmente es,
la grandeza no es nada si piensas en la normalidad de todos los dias.
Llegó un nuevo año, con un diez en la espalda.
Las puestas de sol aumentan en número
y yo no sé
cuandó demonios
saldré de esta noche.


Luego del aparatoso retornar a mis miserables 9 años, por fin heme aquí, en la esquina del mismo lugar que me vio desecho del miedo a tan corta edad hace ya bastantes años. Mi papá me traía de la mano en ese entonces, hoy, voy solo, pero se que él me esperará a la salida, como todos los viernes, y me dará un helado.

Llego a las cuadra 12 de la Av. Benavides y busco el pequeño edificio de 10 pisos. El ínfimo respiro de la ciudad de ahora que antes lucía tan imponente y comienza a ser devorado por los gigantes trotamundos construídos a su alrededor, y eso que Lima, tiene muy poco para hablar de rascacielos. Aquí nadie le rasca nada a nadie. Ahí estaba de pié, orgulloso de seguir dandole la cara a las mismas personas, la misma avenida, los mismos árboles de cortezas grandes; el mismo de hace tanto tiempo, los mismos colores despintados verdes y granates, la reja negra que traspasa por igual la puerta peatonal y la de ex automoviles lujosos. Miro los botones y el intercomunicador y una voz se eleva detrás mio, alta, grave, directa. Mi padre.
-Lalo, es el número 810.
Volteo y encuentro su figura trastocada por los años con el mismo cigarro congaldo en la boca y el sombrero tirado hacia un lado: la boina que me dijo yo debía usar para ser el gran cosquitador de las aguas bravas y los cocos de las palmeras. Por supuesto, yo no le encontraba nada de heroico a eso. Estaba apoyado en el capot del auto, nuestro Mercedes del 89.
-Lo sé padre -respondí prácticamente en silencio. Mi cuadro se completo. Él siempre apretó el botón por mi, o me dirigía la mano, y ahora lo apretaba también, pero con la boca.
Toqué el antiguo y malgastado botón 810 y al instante una voz familiar me contestó y señaló, 'llegas tarde'. El estrepitoso sonido que hacen las puertas con intercomunicador al abrirse sacudió mi cabeza por un instante, luego empuje la puerta y vi la figura de mi carro y de mi padre desaparecer como la bocanada de humo que salía de su boca.

Las manos me sudaban, reacción común a esa 'situación apretada'. Así lo solía llamar mi tío Enrique, especialmente a aquellas citas a las que no quería ir pero debía por compromiso. Una señora de unos 75 años me saludó familiarmente. Tiempo después habría de recordar que ella me regalaba caramelos las primeras veces que me aparecí por esos lares. Miré las plantas que se dibujaban cada 5 pasos si miraba a la mano izquierda. Entonces me encontré con la luna de vidrio, filtrante de invitados, accionada por otro botón intercomunicador. Lo malvado de esa puerta es que nunca sabes si te la van a abrir o no. Tú, el invitado, debes aguardar a ver si el receptor de tu humanidad se digna a no hacerte esperar mucho. Yo sabía que no esperaría tanto y apenas toque la fría luna con la punta de mis dedos, ésta se echó para atrás y me dio entrada gratis.

Me encontré en la encerrona que tanto me sofocó un día. Miré la escalera y nos reconocimos de inmediato. Miré el ascensor y sus números amarillos que bajaban hacia mi lentamente, luego la puerta se abrió y despidió el olor. El olor es como si tuviera vida propia, olor a médico y a enfermedad, a carencia, a vacio, a guardado, a 'cometiste un error otra vez'. A atrás. Subí. Estaba marrón, como siempre, y en su techo luminoso se reflejaban las mismas basuras que alguna vez, mucho tiempo antes que yo llegara, habían quedado atrapadas en ese lugar. Un asensor antiguo      con ese olor antiguo           con esa poca finesa al levantarse sin hacer que el estómago se te revuelva        antiguo.


Paró en el piso 8. Salí de mi prisión, observé el final de escalera que había usado aquella vez que el elevador dejó de funcionar. Observé las plantas cerca a una ventana y al costado de la puerta 810. Era tétrico. Cada dos columnas una luz ahorradora trataba de alumbrar el pasillo, y al final una de ellas moría lentamente. Me aproxime a la entrada de mi primera sesión y toque la puerta. Dos golpes, siempre dos golpes. De pronto la puerta se entreabrió y una cara familiar, totalmente igual a la de hace 10 años, me sonrió de pronto; una mano se extendió, el pie mio dio un paso adelante y entré.

La puerta golpeó despacio hasta cerrarse por completo y me quedó un mar de alfombras por delante. Me senté en un sillón con papel higiénico al costado y mi psicóloga al frente mío. Puso las manos a los costados y yo me aferré a mi asiento. Nos medimos. Fue entonces cuando empezó el monólogo interno del ser mientras alguien te mira a los ojos y señala con gran entusiasmo que eres un caso particular.


'..hay una especie de simbiosis,
lo dijo mi psicologa, 
me haría bien una terapia o,
alejarme un tiempo...
unos 70 años..'
[mi caramelo-bersuitVergarabat]