martes, 10 de noviembre de 2015

1.19am tregua

Oscuro estaba el pasillo
de tu pecho cerrado
y colgaba de él una línea de vida, cómoda y segura
como un trompo que gira al tirón del pabilo
dando las mismas notas
dando el mismo compás.
eterna, guapa, constante.

En el camino al frente tuyo me asomé,
en medio del olor a fresas y leche condensada
en el titileo del son cubano
en el paso del bolero impredecible
como una marea que mira de lejos
si acaso es esa la orilla
donde descansará mañana sus aguas.

No hubieron más que segundos
entre el candor de tus dedos delgados
y el remolino que se asienta en mi vereda

En cuatro tiempos colocaste tu mano en mi pecho
el lugar del dolor seco, limitado, encandecente
para mezclarte conmigo
para ahogarme presto en tu venida
para volar entre las calles, los puentes y los ríos
para sortear el tráfico apretado
y abrir un libro en medio de la calle
y dormir debajo de tu cama
y desenredar tus manos
y verlas convertidas en viento
y sentir el leve estupor que pasa por mi cuerpo quieto
llevándome con fuerza a descansar debajo tuyo
en tus piernas entrelazadas
en tu cuerpo tibio
en tu espalda de arcos suaves
que se sostienen en una armonía fugaz
que me prende
y te recuestas en mi
como si no hubiéramos vivido nunca
y esta vida prestada
nos hubiera vuelto sin aviso
y sabemos que es cierto
el olor a fruta
el dolor en el pecho
la sangre que brota sin parar
el temblor que mueve al mundo
y que hace que estemos en el mismo lugar
en el mismo eje
con la misma sombra
en el mismo compás
el mismo salón
el mismo baile
las mismas manos
y el mismo beso.

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